sábado, diciembre 23, 2017

Y es que quería decirte tantas cosas.
Y dije varias, pero callé tantas que ahora se me atragantan y ahogan y aprietan en el pecho y me gritan desesperadas por salir y trato de acallarlas infructuosamente en un pozo vacío, pero solo el eco de mis propias ideas me replica y desaparece y las palabras vuelven a mí como un último suspiro de aire antes de levantar la mirada.

¿Por qué querría llenarte de sentimentalidades por mí tan vividas? De absurdos y ''si...'' inútiles y desgastantes.
Callé queriendo decir t a n  t   o.



Y tengo esta forma de ser enraizada al alma y ya no puedo sino escribir desde el rinconcito más lleno de verdades y romantiquerías dentro de mí. Y pienso en todo eso que hubiésemos sido, todo eso que no, que nunca, que ya no. Y no me sirve, no me conforta el saberme en un mundo de casualidades sin causal, de conexiones pasajeras, de superficializar lazos tan intencionadamente delineados.

Quería hablarte de cómo temí, de cómo lograste leer un libro sin siquiera abrirlo. Solo me viste y leíste cuando tantas veces me había sentido carente de sentido, de palabras, de páginas. Pero me leíste, me analizaste y me acogiste sin reparar en mis dobleces ni prólogos, siempre buscando la fábula inequívoca que sabías que se hallaba detrás.
Y es que esta vida de raíces generosas no he podido sino interpretar desde un porqué personal el motivo de las cosas; si crecí torcida, malas decisiones; si me seco y no florezco he de cortar tales extremidades y encauzar mis raíces hacia mis propios pies y sanar, embargarme de primavera y solo ahí volver a comenzar. Pero no esta vez, no si no son mis raíces el problema, no cuando ya he aprendido, cuando han pasado ciclos y solo mi naturaleza perenne sostiene las ramas más débiles. Se abrazaron a raíces nobles, rizadas y transparentes. ¿Quién soy yo para cortarlas cuando han sabido arraigarse a tal maravilla?
Y he visto tanto que reconozco (tus) luces y sombras aun si reconocerlas solo me deje un grito en el pecho, en el corazón, anhelando que decidas cobijarme, tenerme en tu alero y entrelazar ramas de distinta cepa de una misma semilla.





1 comentario:

Anónimo dijo...

La montaña y el Iceberg
Tu eres la montaña.