Tenía que saber decir a d i ó s, porque no eran sólo palabras sin eco, sino que eco sin palabras, como un grito ahogado que, quizá por quién, quién sabe qué, no pudo decirse.
Se oía, se sabía,masera necesario volver, para quedarse, para retractarse, para que no hubiese más algo que decir, para conocer el FINdel libro y no volverlo a abrir.